El
Jardín.

El punto de partida es también una suerte de final, el fin de un orden…el fin de algo, desde luego de lo que fue este lugar. Me gusta ese difuminado entre la ruina, la arquitectura y el jardín formando parte de una misma cosa. Aquí nos asentamos hace algunos años cuando este lugar no era mas que un edificio en ruinas, alterado y olvidado por el paso de los años de abandono, un año tras otro asistiendo a los increíbles acontecimientos que nos narraba la naturaleza. En esta profunda transformación, también personal, decidimos, junto a la obligada restauración y remodelación de la antigua fábrica de jabones y su entorno, crear un jardín central entre sus dos edifícios con árboles y pequeños arbustos, componiendo como hace el poeta con sus palabras. Un olivo centenario de más de quinientos años como eje central en la isleta de hierba, dos ginkgo biloba, catorce álamos blancos, las encinas, la pequeña biblioteca, doce cipreses, cielos irreales de Friedrich, trepadoras sobre los muros, juníperos y acacias, endrinos, el árbol de zelkova, la higuera, además de una extensa variedad de plantas arbustivas, silvestres y el canto del autillo cada noche. La primera imagen que acudía a nuestra mente a la hora de expresar nuestra idea de jardín era la unidad de lo viviente, una metáfora visual para ilustrar la interdependencia, tanto de las especies vegetales como de los saberes, una forma de ver la épica conquista del conocimiento que era, de nuevo, la figura de un árbol. Una curiosidad que es, sobre todo, una celebración de la pluralidad de las especies y del valor irreductible de cada una de ellas. Crear es como vivir dos veces y crear un jardín era una manera de decir algo nuevo sobre este territorio, desde un árbol a una roca, creando una relación de afecto con la vegetación y el edificio que lo acompaña dando sentido a todo.Y como nos escribía el jardinero y escritor John Evelyn, el jardín es un lugar para los «entusiasmos filosóficos».

 

 

 
 
Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp